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Mostrando entradas de julio, 2014

Acabarser.

Hay una mano que es árbol y roza mi infinitud con amor. En las horas oscuras los dedos que cuidan de mi curso -y sus uñas- se hunden en la vastedad. Y no creo yo pertenecer a ese océano cuyas aguas abismales me arrastran los pensamientos que allí dentro empobrecen; pero entre las ramas hay una lengua, que es lluvia y romance, que me humedece el oído con su inconfundible vapor... Y jamás quisiera yo llegar conocerla, pues en el desconocimiento su humedad se hace música, y en su música interminable mi infinitud se termina.

La merienda en el sol.

La hora de la merienda arrastra olores inocentes. Vuelvo a tener  cintas amarillas  con moños en el pelo y miguitas de pan  en los labios. La hora de la merienda parece ser eterna al olvidar la mochila durmiente arriba de la cama. Al fijar la visual sobre el sol poniente con gusto a mermelada. La merienda es la hora del respiro liberado... Puedo llorar  y seguir siendo feliz en el llanto. Si la leche me nutre, si la mermelada deja dulce la lengua, si incansablemente el sol, en la hora de la merienda, esparce su color naranja sobre las baldosas en las que desparramo mi peso; no necesito nada más, lo juro, para ser feliz. A pesar de que en el poniente a menudo vislumbre la sonrisa pacífica  de la muerte  siempre  infinita.