Hay una mano que es árbol y roza mi infinitud con amor. En las horas oscuras los dedos que cuidan de mi curso -y sus uñas- se hunden en la vastedad. Y no creo yo pertenecer a ese océano cuyas aguas abismales me arrastran los pensamientos que allí dentro empobrecen; pero entre las ramas hay una lengua, que es lluvia y romance, que me humedece el oído con su inconfundible vapor... Y jamás quisiera yo llegar conocerla, pues en el desconocimiento su humedad se hace música, y en su música interminable mi infinitud se termina.