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Mostrando entradas de 2012

Un solcito para mí quería.

No me preguntes "quién sos", no, ya no, no lo vuelvas... La rubiecita se mezcla con el sol en el cielo y hay dos soles y la sonrisa se le mezcla con los soles y ahí son tres, solcitos, hermosos solcitos altos y después puntitos, sólo puntitos, brillantes y vos abajo preguntándome quién soy y yo mirando la rubiecilla feliz las pequeñas rubiecillas felices y altas. Brillitos agudos. -Álcenme, álcenme solcitos! -Quién sos? Quién sos? -Álcenme! - Quién sos? Vos, quién? No te quería matar, yo, no te quería, quería un solcito. Un puntito, uno...  Para mí.

Pertenencias.

Ya ni pertenezco. El tiempo, estoy por allá con él no nos pertenecemos el uno del otro porque somos tiempo. Minúsculos gigantes en allá  aespaciales aexistenciales. No pertenezco ni yo ni ella ni la otra, ninguna de nosotras porque estamos allá con el tiempo. Hechas pequeñas partículas de yos. No pertenezco y ya quisiera ser el amor que fui yo misma y todas nosotras. Ser el amor y no ya el tiempo, y no ya no serme, ni a mí ni a las otras. Ser el amor y encontrarme, buscar con mi mano la otra. Y hallarla. Y no querer nada más. Y ella tampoco. No pertenezco ni al tiempo que fue amor desmedido atrás. El amor no me merece. No existen ya mis dedos enlazados a los otros que me hallaban. Ya no me pertenezco hallada. Ni perdida siquiera en el tiempo que se nos burla mientras flotamos en él. En la velocidad que ni brisa roza a las manos que necesitan de algo tanto...

Del calambre de las manos.

Si estuviera muerta no habría letras apuñalando los renglones. Sí sangre en mi cuello, el acero manchado o mi cuerpo deformado en la vereda. Las entrañas estranguladas por dentro y el dulce correr del dolor en la muerte. Y sería paz paz paz paz, suavidad y ser entero desplegado quizás pero hay renglones muertos, inservibles ya, mediocres tal vez, disfrutando ser apuñalados maybe y desangrando su enemigo de tinta otra vez, perhaps perhaps maybe maybe. Pero hay esto y no me gusta No me gusta! no lo quiero... Quién dijo que no se puede embellecer un cadaver semicomido por los carroñeros.

Sanamiento.

Nos olvidamos niños a veces como siempre Olvidamos que somos tan niños con la fragilidad de los órganos en desarrollo y de la mente boba Nos avergüenza lloriquear por la paz de la leche materna Por el calor y la suavidad del pezón izquierdo Olvidamos si miramos todo desde abajo y con miedo Y con las ganas de niño de tironear el pantalón del dios que nos toma la mano para cruzar la calle ---------------------------------------------------------------------- Empujamos el recuerdo y la necesidad con la planta del pie, hacia abajo y lo enterramos a pesar de la sangre y el llanto. A pesar de los gritos de ahogo. La ayuda nos avergüenza. Nos atemoriza que nos pisoteen la cabeza del crecimiento y nos enterramos por dentro hasta olvidar- nos. Nos falsoprotege la autodefensa y nos creemos sanos. -Nos- sana la leche de los demás, ¿y mejor olvidar a que nos sanen?

Desandar.

Desandar hasta mi historia, no lo sé. Tuvo pies un tiempo no hubo ojo que no la perdiera de vista. Parecieron un par de kilómetros en auto pero a pie es otra historia, la historia es otra que en aquel entonces. Un texto detallaba como se cortó, la palma y los dedos con los restos de los vidrios de un auto atropellado en la ruta, abandonado (quizás no fueron los vidrios los que sacaron sangre en los pies de la historia; el hecho es que el abandono la cegó. Y con una historia ciega no se puede. Desde antes me parece que no se puede. No se pudo. No se podía. No se podría ni en condicional). Más vale que la historia me dejó. Si saliera a buscarla de seguro me sangrarían también a mí los pies. Luego sirve el consejo de hacer reposo, si las defensas bajan puedo morir. Puedo morir con la desilusión. Con la certeza de que mi historia   está lejos. Perdida. Ciega. (Y los ciegos no le gustan a nadie). Haré reposo pues. Haremos reposo y est

Fragmento de charla descontextualizado con una persona de feo aspecto.

- No... Bah, básicamente, a lo que voy, es que a mi vida poco social la divido en la parte de los letrados que son los que desayunan, almuerzan, meriendan y cenan letras... Y después las cagan. Y la otra parte que es la de los letrosos, que las transpiran y no se bañan... Nunca. (El otro escribe asintiendo con la cabeza en estado de comprensión incompleta). - Con los letrosos me empapo. - ¿Y los letrados? - Yyyyy... Los letrados andan por ahí...

En la nariz de la escritura.

Apago la luz cuando busco, me buscan y no hay olores y resulta raro todo es lo mismo: una piedra grande de cosas duras - el sonido deformando a ruido, la fragancia a hedor, negro humo el vapor transparente el agua-. Una piedra o bola o eso de un peso inimaginable sobre mi esqueleto quebrado, los huesos rotos y astillas (por ahí dentro); y gustoso apagar las luces, apagar la vida miserable; encontrarme siendo aplastada por enormes piedras gigantes de poca tangibilidad pero de un peso tan exquisitamente REAL. Apagar y matar y ser valiente y lamer las cosas horribles (las bolas melodiosas) melodiosas en el poema y en el temor a encontrar lo que nadie busca. Y carcajear con dientes amarillos y torcidos y oliendo a salsa roja y a saliva, pero de espeso aroma a frutas tropicales en el renglón en la tinta en la nariz de la lectura.                                       Eimí

Cielo estancado.

Busca nublarse el cielo  cuando se estanca  en el agua. Tapar las imperfecciones  que tiene la cara  que nunca ve.       

Última carta que te escribo.

Temo no volver a escucharte. Tengo sordo el espíritu y la piel en ceguera. No sé si tenga fuerzas para aferrarme a tus tobillos otra vez. No sé si quiera lamentar el que vuelvas a quemar mis manos con el frío de tus huesos. Ya no tengo música en los papeles, ni letras para ahogar en la garganta. Ya no lloran las uñas que me rasguñaban la espalda durante la noche. Se me hizo tan asiduo el silencio. Se me hizo tan fácil no escuchar los gritos de tus poemas desafinados. Te suicidaste tan joven, no me quedó ni tu silueta a oscuras. Te fuiste poetisa, antes de que pudiera danzar unas rimas en tus pupilas incoloras. Esta es la última carta que te escribo para no verte riendo con mi desnudez. Para volverme a enmudecer con lo poco que me dejaste de tu ingenio.

Infinitud.

Lee. La última vez que se había dormido entre pensamientos, el boleto no le había funcionado bien y su mundo dorado no fue más que un espiral de desesperación y ahogo continuos. Primero fue verse a sí misma, ilusa, rodeada de un negro profundo; algo así como el del espacio. Luego fue el sendero, que tomaba una curva extensa y desaparecía entre su flexibilidad. Entonces, comenzó a caminarlo, expectante. No fueron mucho más que algunos segundos, cuando el fuego se encendió -aunque primero percibió su humo, luego fue el calor, y por último el fuego mismo-.   Comenzó a correr, sin atreverse a mirar la incandescencia. Sin atreverse a concebirse asfixiandose y muriendo, dentro de ese calor insoportable. Fue más bien una huída, porque el fuego la perseguía y detrás de él ya no quedaba sendero. En su huída se cuestionaba si aquel camino curvilíneo encontraría su fin y qué sería de ella si eso llegara a pasar. Entonces comenzó a marearse, y comprendió, que aquel sendero, era un espiral.  

Leerte.

Leerte es como morir con los ojos abiertos y con las palabras fuera de foco. Es como si el corazón quedara tieso. Las letras, borrosas. La sangre de las extremidades, helada. Las extremidades, dormidas. Los oídos fuera del sonido. El sonido, un bullicio apagado. Es como recostar la espalda en nada, pintar con los ojos, escribir.                                                               A Kev :)

El suicida.

Viajé con un poeta en el colectivo de ida. Me confesó que había decidido suicidarse al llegar a su insípido monoambiente pero que aún no sabía cómo. -Estoy cansado – me dijo – de mí. De chico ambicionaba la vida, cada amanecer buscaba más; ahora, no tan viejo, siquiera ambiciono dinero. Acabo de entrar a la cama y entre los pensamientos nocturnos me di cuenta de que ese hombre no era un suicida, sino otro poeta que no fue. Espero que finalmente haya optado por escribir y no por suicidarse.

Las formas de las nubes.

   Es de destacar que en el cuaderno de Nerea los renglones garabateados de palabras mal escritas contaban con precisión el avance que, aunque imprudente, se producía lento en el transcurrir del cielo durante esa tarde. Según ella, volaba primero un cocodrilo desdentado con la cola tan doblada que le rozaba el hocico, y luego en otra nube, sobre el cocodrilo, se producía el acto fallido de un bebé sobre una silla queriendo alcanzar a duras penas un zapato algo gigante.    Las horas se le pasaban casi sin sentirlas cuando las nubes estaban blancas y pomposas como ese día, porque se armaba fácilmente un film secuencial con diferentes situaciones inusuales, algunas tanto así, que hasta resultaban cómicas. Lo que Nerea no anotaba en su cuaderno (ni esa tarde, ni nunca) era cómo las imágenes se iban deformando de modo algo aterrador, frente a sus ojos, y cómo todos los personajes proyectados eran asesinados cuando el viento los corría y los soplaba tan livianitos como si fueran plumas. No

Versos de aromas caseros.

Ámame y hazme llorar. Libérame otra vez los grilletes del esternón en este encuentro casual. Tócame la caja musical. Rózame los órganos que habitan en el pecho de mi ritmo natural. Déjame besarte la llanura con los pies. Déjame tus caricias en el alma dócil y el cuerpo en rigidez. Llévame contigo en la corriente de tus cantos. Enférmame las exhalaciones con la frescura de las aguas en los ríos que amo tanto. Ámame, hazme llorar otra vez. Y cúbreme estos versos con la risa de tu llanto entre frío y calidez.

Veinteañera y mal llevada.

- ¿Tu edad era...? - Veinte años. - Ah, qué chiquita... - No me considero chica por tener la edad del tiempo y los años de la vida. Tal vez es usted el muerto. Uno o dos silencios incómodos... - ¿Y hace cuánto te dedicás a hacer arte? - Veinte años y nueve meses. Ella se para y abre la ventana sin preguntar. - Dejamos demasiado olor a conversación - aclara. Se retira moviendo provocativamente sus glúteos firmes de veinteañera y azota tras de sí, la puerta. Ahora se acerca a mí y clava con bronca el punto final. Ese sería el fin. En un rato va a ponerse ropa cómoda y a prepararse un mate amargo.

Who wants to talk to me about peace?

Who wants to talk to me about peace? And that everything is right? That all dark storms lived just played a part of a bad time? Because birds are in a big jail of a blue sky made whit black smoke, because the sad war of dangerous mind is tired to bleed, is tired to talk. And pure souls of natural things are saturated of heartless pain, and simples hearts that cry for blood says that the world will never change. Who wants to talk to me about peace? That sweet perfum of a flower forever will fly in the air striping from its reign to the damned power. Who wants to talk to me about peace? Who wants to talk to me about truth? That the sun never again will shine and the queen will be a dark moon. Marzo 2010

30 de julio.

Hoy es el día. El más fugaz del montón. Porque es mío. Es el día siempre igual, siempre único. El día revoltoso. Es el día que nada cálido en el hielo, que es el aire. Es en el que tiempo atrás yo existía, pero distinta. Hoy es el día, en que recuerdo que alguna vez tuve que aprender a andar.

A dedo suelto.

Hoy escribe otra mano. Tiene menos deslices, más risas felices. Menos sangre en los años. Menos lenguaje en el verbo. Esta mano no escribe, juega con letras, y ríe más poesía en el cuerpo. Hoy escriben otros dedos. Sin miedo a escribir mal o bien, o a apellido de quien. Escupen trozos de cielo, arañando tierra en suelo. Dedos de aire agitado, y de silencio callado; hoy escribo a dedo suelto.

Luna de miel.

Ayer, a horas oscuras, dejé plantada a la luna en la terraza. Sé que estuvo llorando, o al menos que me esperó hasta la salida del sol, porque hoy al despertarme encontré una gota de miel en mi persiana.  Y, a decir verdad, me siento mal por el asunto pero no tengo explicaciones para ofrecerle... Al menos a ella; sin embargo en cuanto a mí, sé que existen días en los que uno tiene que apagar la luz y cerrar la ventana para que la liberalidad de la poesía no moleste, y concentrarse luego en que hay que abrir forzosamente los ojos, bien temprano, a la mañana siguiente, para ponerse a leer un par de absurdos libros de literatura añeja. 

Hay veces que siento que me pierdo...

Hay veces que siento                                           que me pierdo                                                                      y para no irme                                                                      me amarro  con                                           una cuerda frágil   de entendimiento. Eimí.

Así que encarcelé mis partes.

Hay ciertos deseos incumplidos como los pies descalzos a la hora de la siesta en primavera, o las manos al fuego al anochecer en el invierno. El torso desnudo por las noches en verano, o el oído pegado al viento al amanecer en el otoño. Luego, también estás vos, y están... Mis ojos. Y las cuatro estaciones juntas entre nos. Así que encarcelé mis partes... Lo siento.

La poetisa.

Te seguí con la irradiación de mis ojos extrañados hasta desgranarte lenta en un puntito afilado. Como cuchilla de acero frío en el alma quieta, clavabas la punta impía y te marchabas incierta. Y rauda llegabas al sol como una sabia adivina. Quemaba mis ojos, la luz.                              Te deseo todavía.

Past, past, past.

Eras una cosa en minúsculo espacio de mi ombligo hasta dentro. Eras proximidad en mi tiempo y espesor abundante en mi credo. Era un ovillo y no era lana. Era algo o era nada. Eras el impulso de mi llanto prematuro luego a la calidez. Eras mis carnes en tibieza y asfixia espiritual en estrechez. Era ardid y era esclava. Era sumisión o era ama. Éramos locas malas cuerdas raras, locas malas. Locas raras.

Desde la lluvia hasta las uñas.

Cuando llueve fresco desde arriba  no digo cosa absurda como el llanto angelical, y sí que un pequeño espíritu blanquecino se cuela a través de mi huequito lacrimal desde las afueras de mi ventana en segundo piso; y con su olor a viento mojado se instala en el borde minúsculo de la pupila negra donde la visión se origina infinita, y allí mismo, en ese espacio reducido se canta a mil voces libres -gigantes como peñazco- las letras que se hacen eco hasta las uñas rebalsadas de calcio, mugre, y poesía.

Constantes poéticas.

Creo haberte hablado ya sobre las piedras rígidas del asfalto negro azulado, las perlas ocasionales de las luces fugitivas, repentinas que espejan aquello que no es que nunca será nada. Creo haberte hablado acerca de los anuncios que poetas de aquello que nadie lee bailan acéfalos incesante coreografía dentro de música oxidada en frío nocturno que no es que no exis te. Y de los ojos abrillantados por hambre del perro que te mira desde la esquina donde dobla el viento helado que le cala la escasa carne hasta la insignificancia de sus huesos tan mar chitos. De los tiempos, también en que los ojos se me quedaban tiesos frente al tiempo como las piedras frente a los autos y como los anuncios frente a la rudeza del aire impío. Te dije en algún tiempo, que era yo cierto perro aterrado frente a la sarna y el descuido de la calle iluminada repentinamente te dije yo que odia ba serlo. Y a  tanto corazón descocido, ya la avenida no me transita l

Simil paz.

Nuevamente el sonido fermentado del silencio en el oído cuando por fuera el mundo intenta aplastarme la cabeza. Las agujas del reloj siguen clavándose en mis piernas muy a menudo, pero muy a menudo también, te beso. Y la inmensidad de los manantiales nos penetra y permanece incomprensible a la razón, como el mar que se abre soberbio frente a los mil matices del iris. Te beso cada vez por vez primera, con los ojos empapados de alma, con el impacto que las cosas naturales irradian, sin la prohibición de desnudar mis tonalidades internas de piel, sin el miedo de regalar en mis labios la más profunda esencia que poseo. Me besas cada vez por vez primera con los ojos empapados de alma, con el ser en los labios oliendo siempre a vos, con el silencio a cuestas, con la paz de la noche nevada. Nos besamos cada vez por vez primera porque el mundo nos grita y ensordecemos, en el desprendimiento mutuo de nosotros, y en la armonía que nos envuelve los minutos.

Fusiones.

Sucedieron unos varios otoños de anhelos desprendidos hasta que volví a encontrarme. Solía hablarme unos encuentros atrás acerca de buenos pensares que podrían valer dorado; pero hoy, las buenas nuevas son palabras escurridizas o balbuceos de moribundo apuñalado. Ya no canto lo que supe amar ni hablo envuelta en piel novel porque me atraviesa por entero la falsa sabiduría. Más bien me toco en el enfrentamiento las arrugas prematuras del alma y los escombros de la ingenuidad y temo ya no ser dos porque en el aire cuajado de usualidad, ni converso, ni me siento en compañía. Sucedieron unos varios otoños y nosotras, ahora ya no nos asemejamos a un encuentro.

Dama de notas mudas.

La que vive  entre desvanecerse al ser.  La dama  de los ojos que demasiado han visto.  La del viento,  ya no ve.  Ya no es.  Sobre un céfiro fugaz  se ha ido en busca,  y ahora que regresa  con las manos  vacías; y tan llenas  de la premura  del tiempo despiadado  que va,  que se va,  y deja polvo  y nada.  Y muerte.  La que vive  entre desvanecerse al ser.  La dama  de los oídos que demasiado han escuchado.  La del compás,  ya no oye.  Ya no es. Sobre la asonancia de una rima  se ha ido en busca  de hallarse música,  y ahora que regresa  con ella entre los dedos, con ella entre las curvas;  de las que callan,  de las que cantan el silencio:  las mohínas,  las adustas,  las huidizas.  De las que los rostros no perciben.  La que vive  entre desvanecerse al ser.  La dama