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Mostrando entradas de enero, 2012

Simil paz.

Nuevamente el sonido fermentado del silencio en el oído cuando por fuera el mundo intenta aplastarme la cabeza. Las agujas del reloj siguen clavándose en mis piernas muy a menudo, pero muy a menudo también, te beso. Y la inmensidad de los manantiales nos penetra y permanece incomprensible a la razón, como el mar que se abre soberbio frente a los mil matices del iris. Te beso cada vez por vez primera, con los ojos empapados de alma, con el impacto que las cosas naturales irradian, sin la prohibición de desnudar mis tonalidades internas de piel, sin el miedo de regalar en mis labios la más profunda esencia que poseo. Me besas cada vez por vez primera con los ojos empapados de alma, con el ser en los labios oliendo siempre a vos, con el silencio a cuestas, con la paz de la noche nevada. Nos besamos cada vez por vez primera porque el mundo nos grita y ensordecemos, en el desprendimiento mutuo de nosotros, y en la armonía que nos envuelve los minutos.

Fusiones.

Sucedieron unos varios otoños de anhelos desprendidos hasta que volví a encontrarme. Solía hablarme unos encuentros atrás acerca de buenos pensares que podrían valer dorado; pero hoy, las buenas nuevas son palabras escurridizas o balbuceos de moribundo apuñalado. Ya no canto lo que supe amar ni hablo envuelta en piel novel porque me atraviesa por entero la falsa sabiduría. Más bien me toco en el enfrentamiento las arrugas prematuras del alma y los escombros de la ingenuidad y temo ya no ser dos porque en el aire cuajado de usualidad, ni converso, ni me siento en compañía. Sucedieron unos varios otoños y nosotras, ahora ya no nos asemejamos a un encuentro.

Dama de notas mudas.

La que vive  entre desvanecerse al ser.  La dama  de los ojos que demasiado han visto.  La del viento,  ya no ve.  Ya no es.  Sobre un céfiro fugaz  se ha ido en busca,  y ahora que regresa  con las manos  vacías; y tan llenas  de la premura  del tiempo despiadado  que va,  que se va,  y deja polvo  y nada.  Y muerte.  La que vive  entre desvanecerse al ser.  La dama  de los oídos que demasiado han escuchado.  La del compás,  ya no oye.  Ya no es. Sobre la asonancia de una rima  se ha ido en busca  de hallarse música,  y ahora que regresa  con ella entre los dedos, con ella entre las curvas;  de las que callan,  de las que cantan el silencio:  las mohínas,  las adustas,  las huidizas.  De las que los rostros no perciben.  La que vive  entre desvanecerse al ser.  La dama