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Mostrando entradas de marzo, 2012

Hay veces que siento que me pierdo...

Hay veces que siento                                           que me pierdo                                                                      y para no irme                                                                      me amarro  con                                           una cuerda frágil   de entendimiento. Eimí.

Así que encarcelé mis partes.

Hay ciertos deseos incumplidos como los pies descalzos a la hora de la siesta en primavera, o las manos al fuego al anochecer en el invierno. El torso desnudo por las noches en verano, o el oído pegado al viento al amanecer en el otoño. Luego, también estás vos, y están... Mis ojos. Y las cuatro estaciones juntas entre nos. Así que encarcelé mis partes... Lo siento.

La poetisa.

Te seguí con la irradiación de mis ojos extrañados hasta desgranarte lenta en un puntito afilado. Como cuchilla de acero frío en el alma quieta, clavabas la punta impía y te marchabas incierta. Y rauda llegabas al sol como una sabia adivina. Quemaba mis ojos, la luz.                              Te deseo todavía.

Past, past, past.

Eras una cosa en minúsculo espacio de mi ombligo hasta dentro. Eras proximidad en mi tiempo y espesor abundante en mi credo. Era un ovillo y no era lana. Era algo o era nada. Eras el impulso de mi llanto prematuro luego a la calidez. Eras mis carnes en tibieza y asfixia espiritual en estrechez. Era ardid y era esclava. Era sumisión o era ama. Éramos locas malas cuerdas raras, locas malas. Locas raras.

Desde la lluvia hasta las uñas.

Cuando llueve fresco desde arriba  no digo cosa absurda como el llanto angelical, y sí que un pequeño espíritu blanquecino se cuela a través de mi huequito lacrimal desde las afueras de mi ventana en segundo piso; y con su olor a viento mojado se instala en el borde minúsculo de la pupila negra donde la visión se origina infinita, y allí mismo, en ese espacio reducido se canta a mil voces libres -gigantes como peñazco- las letras que se hacen eco hasta las uñas rebalsadas de calcio, mugre, y poesía.

Constantes poéticas.

Creo haberte hablado ya sobre las piedras rígidas del asfalto negro azulado, las perlas ocasionales de las luces fugitivas, repentinas que espejan aquello que no es que nunca será nada. Creo haberte hablado acerca de los anuncios que poetas de aquello que nadie lee bailan acéfalos incesante coreografía dentro de música oxidada en frío nocturno que no es que no exis te. Y de los ojos abrillantados por hambre del perro que te mira desde la esquina donde dobla el viento helado que le cala la escasa carne hasta la insignificancia de sus huesos tan mar chitos. De los tiempos, también en que los ojos se me quedaban tiesos frente al tiempo como las piedras frente a los autos y como los anuncios frente a la rudeza del aire impío. Te dije en algún tiempo, que era yo cierto perro aterrado frente a la sarna y el descuido de la calle iluminada repentinamente te dije yo que odia ba serlo. Y a  tanto corazón descocido, ya la avenida no me transita l