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Mostrando entradas de diciembre, 2013

La visita.

En el día de ayer, liberé al canario número cien. Elegí las cinco de la tarde (horario cumbre de arribo a la casa de mi abuela). Él o ella volaba con gran ímpetu y dificultad hacia la rama del árbol más lejano y su aleteo de merienda me acercó el inconfundible aroma; recién con él tuve la ocurrencia de mirar mis manos (casi como siempre). Supe las veces que ellas me gritaban que hiciera algo cuando yo miraba a los canarios, mientras ellos me hablaban con su canto hermoso; subiendo y bajando, subiendo y bajando, subiendo y bajando de un palito al otro, chocándose con sus compañeros de celda, esquivándose, buscando un poco de intimidad. Todos creían que iba directo al lavadero porque amaba los animales y me gustaba admirarlos cuando, en realidad, yo no sonreía sino con mucha tristeza porque algo andaba mal. ¡Los amaba! Aunque a sus ojos era una enemiga más. "Somos los reyes", me decía la iglesia en mi cabeza… ¡Qué sitio tan repleto de iglesia era ese! Me acercaban una co