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Infancia sabia.

       Tal vez desde siempre se lo había imaginado distinto, pero sin embargo se sintió satisfecha. La elasticidad irreverente  que se había apoderado de su piel, le reveló uno de los tantos secretos de los que la juventud nunca se imaginaría conocedora.
 "Enceguecida está la ingenua - pensó la anciana a un metro del abismo - burlándose de la fealdad que se apoderó de mí". Y se lanzó.
       Y una vez más alguien se llevó consigo el secreto: Egoísta -o imposibilitada-, la vieja sintió suavizarse en la satisfacción de reconocerse bella de-mente.

Eimí.

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