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Luna de miel.

Ayer, a horas oscuras, dejé plantada a la luna en la terraza. Sé que estuvo llorando, o al menos que me esperó hasta la salida del sol, porque hoy al despertarme encontré una gota de miel en mi persiana. 
Y, a decir verdad, me siento mal por el asunto pero no tengo explicaciones para ofrecerle... Al menos a ella; sin embargo en cuanto a mí, sé que existen días en los que uno tiene que apagar la luz y cerrar la ventana para que la liberalidad de la poesía no moleste, y concentrarse luego en que hay que abrir forzosamente los ojos, bien temprano, a la mañana siguiente, para ponerse a leer un par de absurdos libros de literatura añeja. 

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