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La merienda en el sol.

La hora de la merienda arrastra
olores inocentes.
Vuelvo a tener 
cintas amarillas 
con moños
en el pelo y miguitas
de pan 
en los labios.
La hora de la merienda parece
ser eterna al olvidar
la mochila durmiente
arriba de la cama.

Al fijar la visual
sobre el sol poniente
con gusto a mermelada.
La merienda
es la hora del respiro liberado...
Puedo llorar 

y seguir siendo feliz en el llanto.

Si la leche me nutre,
si la mermelada deja dulce
la lengua,
si incansablemente el sol,
en la hora de la merienda,
esparce su color naranja
sobre las baldosas en las que
desparramo mi peso;
no necesito nada más,
lo juro,
para ser feliz.
A pesar de que en el poniente
a menudo vislumbre
la sonrisa pacífica 

de la muerte 
siempre 
infinita.

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