Desandar
hasta mi historia, no lo sé.
Tuvo
pies un tiempo no hubo ojo que no la perdiera de vista.
Parecieron
un par de kilómetros en auto
pero
a pie es otra historia,
la
historia es otra que en aquel entonces.
Un
texto detallaba como se cortó, la palma
y
los dedos con los restos de los vidrios de un auto atropellado en la ruta,
abandonado
(quizás no fueron los vidrios
los
que sacaron sangre en los pies de la historia;
el
hecho es que el abandono la cegó.
Y
con una historia ciega no se puede.
Desde
antes me parece que no se puede.
No
se pudo. No se podía.
No
se podría ni en condicional).
Más
vale que la historia me dejó.
Si
saliera a buscarla de seguro me sangrarían también a mí los pies.
Luego
sirve el consejo de hacer reposo, si las defensas bajan
puedo
morir. Puedo morir
con
la desilusión. Con la certeza de que mi historia está
lejos.
Perdida. Ciega.
(Y
los ciegos no le gustan a nadie).
Haré
reposo pues.
Haremos
reposo y estaremos bien.
Intranquilas
con la incertidumbre.
Pero
bien.
No
diría vivas…
Y
viva...
Hace
tiempo que veo mis manos pálidas y que no sé lo que eso significa.
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