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Una parte de mi cuerpo.

Mamá siempre entendió mejor
mi pelo.
Jamás supe peinarlo,
los rulos por doquier,
la textura desmoronada,
el frizz. Mis peinados,
represores, dejan enorme mi frente.
Mi mamá y mi pelo se amaban mejor:
he pasado tardes
trepada a los árboles jugando a
la mona (cabeza abajo
confiando en las rodillas)
ramitas sosteniendo el peso.
Los peinados de mama resistían
la danza alocada de los rulos,
mamá me dejaba siempre linda y libre.
Incluso miraba al revés, todo,
los pastos de las colinas en San Carlos
eran mi cielo verde de locura
y el pelo libre
dejaba combinar con la arena
de debajo de las hamacas.
Hasta la tierra le sentaba
al pelo tocado por mamá.
Acaso porque se conocieron primero.
Mamá siempre sabe más.
En esas épocas
siquiera osaba yo 

mirarme en el espejo 
y ya creía en cambio,
gracias a ella, 

que era hermosa
y libre también.

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