Temo no volver a escucharte.
Tengo sordo el espíritu y la piel en ceguera.
No sé si tenga fuerzas para aferrarme a tus tobillos otra vez.
No sé si quiera lamentar el que vuelvas a quemar mis manos con el frío de tus huesos.
Ya no tengo música en los papeles, ni letras para ahogar en la garganta.
Ya no lloran las uñas que me rasguñaban la espalda durante la noche.
Se me hizo tan asiduo el silencio.
Se me hizo tan fácil no escuchar los gritos de tus poemas desafinados.
Te suicidaste tan joven, no me quedó ni tu silueta a oscuras.
Te fuiste poetisa, antes de que pudiera danzar unas rimas en tus pupilas incoloras.
Esta es la última carta que te escribo para no verte riendo con mi desnudez.
Para volverme a enmudecer con lo poco que me dejaste de tu ingenio.
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