Se observa en su semblante dormitado una sonrisa serena, como si la paz le mojara la frente con un poco de agua tibia. Me gustaría mencionar el resplandor lunar platinado en su silueta, o la caricia del viento de verano sobre sus cortinas de seda, pero nada de eso existe. Siquiera, tal vez, aquella sonrisa serena. No se dibuja -tampoco- sobre sí una nube de sueños acerca de amplios campos verdes o largos baños, desnudo, en algún arroyo de manantiales frescos. De manera que no existe, pues, aquella sonrisa, ni es otra cosa más que una de sus tantas muecas conformistas. Es en medio de mi contemplación vaga, cuando luego de un par de movimientos inquietos, logra despertar con la espalda transpirada. Y la frente fría. Y los pies dormidos. De seguro recordó que se le olvidaron sus días de creatividad -o que se le olvidó recordarme-. Busca desesperado un libro de cuentos... No hay. Busca desesperado sus autitos de carrera... No hay. ...