Lee. La última vez que se había dormido entre pensamientos, el boleto no le había funcionado bien y su mundo dorado no fue más que un espiral de desesperación y ahogo continuos. Primero fue verse a sí misma, ilusa, rodeada de un negro profundo; algo así como el del espacio. Luego fue el sendero, que tomaba una curva extensa y desaparecía entre su flexibilidad. Entonces, comenzó a caminarlo, expectante. No fueron mucho más que algunos segundos, cuando el fuego se encendió -aunque primero percibió su humo, luego fue el calor, y por último el fuego mismo-. Comenzó a correr, sin atreverse a mirar la incandescencia. Sin atreverse a concebirse asfixiandose y muriendo, dentro de ese calor insoportable. Fue más bien una huída, porque el fuego la perseguía y detrás de él ya no quedaba sendero. En su huída se cuestionaba si aquel camino curvilíneo encontraría su fin y qué sería de ella si eso llegara a pasar. Entonces comenzó a marearse, y comprendió, que aquel sendero, era un esp...